lunes, 12 de mayo de 2008

Su defensa es su problema

En una página dedicada en gran medida a defender el ateísmo se lee:

"...ser ateo no quiere decir tampoco sentir a la existencia vacía: esa es la representación que un creyente hace del ateísmo porque para él, si no hay dios, entonces esta realidad carece de sentido y de orden..."

Estoy totalmente de acuerdo. Si un ateo sintiera realmente el vacío de la existencia, su conversión sería cuestión de breve tiempo. El ser humano que experimenta carencia busca salir de ella.

Lo difícil de tratar en la práctica con un ateo, es que precisamente se han llenado demasiado rápido y han puesto corchos bastante densos para impedir que se vacíe eso que ocupa el espacio que corresponde a la Persona que cuidadosamente preparó el lugar.

La Sagrada Escritura lo comenta con claridad:

Desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. (Rom 2, 20-23)

El ateo se ha hecho dios para sí mismo. Se ha llenado hasta el tope y se convierte en un dios tan celoso que difícilmente deja que una pequeña chispa de la Divinidad verdadera ilumine su escondite. Es ingenuo por parte de los creyentes esperar simplemente a que éstos descubran un vacío. Somos más nosotros los que siempre estamos sedientos de seguirnos saciando del Agua Viva. Ése es el dinamismo del Espíritu en un alma que se ensancha. El alma del ateo se encoge.

Dios nos permita que en este Pentecostés derribemos las puertas de la incredulidad.

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