lunes, 16 de junio de 2008

A puerta cerrada

Este fin de semana se presentó en el Centro de las Artes la obra "A puerta cerrada" de Jean P. Sartre. Desde que la vi anunciada me llamó la atención, dado que la sinopsis establecía que era una representación metafórica del infierno. Aclaraba el periódico que no correspondía con la visión cristiana que tenemos de dicho estado/sitio.

Tras verla me he quedado convencido de todo lo contrario. La visión que presenta del estado infernal es precisamente la que explica la teología. Tras dos horas de duración uno queda con la consigna de reflexionar lo que para uno sería ese estado de desesperación absoluta.

Hay tres personajes: Inés, Estelle y Garcin. Inés, con instintos asesinos se considera como condenada desde un principio por su preferencia de lesbiana. Estelle tiene un oscuro pasado que le da escalofríos y Garcin sufre eternamente por considerarse un cobarde (y ser eso ante los ojos de sus compañeros). Son sus memorias sus más grandes tormentos. Repiten constantemente que no se arrepienten, pero no pueden ni con su alma. Es tanto el odio, el resentimiento y el herirse entre ellos que se desprende la famosa frase de la obra: "El infierno son los otros." No pueden dormir ni parpadear. Son víctimas de ellos mismos todo el tiempo y saben que tal cosa durará para siempre.

Al llegar a su habitación perpetua cada uno se jacta de que no hay trinches, ni fuego, ni verdugos. Me imagino que dicho texto hace creer que se presenta un infierno muy distinto al que consideramos en la teología cristiana. Sin embargo, a uno que permanece atento se le hace patente como todos son víctimas de fuego, trinches y verdugos, pero construidos dolorosamente con su propia naturaleza.

Del célebre manual teológico del Dr. Ludwig Ott (Fundamentals of Catholic Dogma) vemos:

La escolástica distingue dos elementos en el suplicio del infierno: la pena de daño (suplicio de privación) y la pena de sentido (suplicio para los sentidos). La primera corresponde al apartamiento voluntario de Dios que se realiza por el pecado mortal; la otra, a la conversión desordenada a la criatura.

La pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios; cf. Mt 25, 41 : «¡Apartaos de mí, malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco»; 1 Cor 6, 9: «¿ No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios?»; Lc 13, 27; 14, 24; Ap 22, 15; (San Agustín, Enchir, 112).

La pena de sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.

El fuego del infierno fue entendido en sentido metafórico por algunos padres (como Orígenes y San Gregorio Niseno) y algunos teólogos posteriores, los cuales interpretaban la expresión «fuego» como imagen de los dolores puramente espirituales, -sobre todo, del remordimiento de la conciencia- que experimentan los condenados. El magisterio de la Iglesia no ha condenado esta sentencia, pero la mayor parte de los padres, los escolásticos y casi todos los teólogos modernos suponen la existencia de un fuego físico o agente de orden material, aunque insisten en que su naturaleza es distinta de la del fuego actual.

La acción del fuego físico sobre seres puramente espirituales la explica SANTO TOMÁS -siguiendo el ejemplo de San Agustín y San Gregorio Magno - como sujeción de los espíritus al fuego material, que es instrumento de la justicia divina. Los espíritus quedan sujetos de esta manera a la materia, no disponiendo de libre movimiento; Suppl. 70, 3.


A los tres los torturan la eternidad y el recuerdo de lo que hicieron. Pero se me hace muy interesante cómo estos personajes sufren también la necesidad que el pecado dejó en ellos y que ya no pueden satisfacer. Así Garci se desmorona cuando Inés se niega a considerarlo valiente. Inés estalla en rabia cuando Estelle rechaza sus afectos y ésta última se carcome cuando Garcí no puede poner su atención en ella. Los tres se envuelven en un círculo vicioso que promete durar para siempre.

Un pequeño extracto, en donde al recordar le pido a la Misericordia Divina que tenga piedad.


INÉS: Ya veo. (Una pausa.) ¿Para quién representan ustedes la comedia? Estamos entre nosotros.


ESTELLE (con insolencia): ¿Entre nosotros?


INÉS: Entre asesinos. Estamos en el infierno, nenita; aquí nunca hay error y nunca se condena a la gente por nada.


ESTELLE: Cállese.

INÉS: ¡En el infierno! ¡Condenados! ¡Condenados!


ESTELLE: Cállese. ¿Quiere callarse? Le prohíbo que emplee palabras groseras.


INÉS: Condenada, la santita. Condenado, el héroe sin reproche. Tuvimos nuestra hora de placer, ¿no es cierto? Hubo gentes que sufrieron por nosotros hasta la muerte y eso nos divertía mucho. Ahora hay que pagar.


GARCIN (con la mano levantada): ¿Se callará usted?


INÉS (lo mira sin miedo, pero con una inmensa sorpresa): ¡Ah! (Una pausa.) ¡Espere! ¡He comprendido; ya sé por qué nos metieron juntos!


GARCIN: Tenga cuidado con lo que va a decir.


INÉS: Ya verán que tontería. ¡Una verdadera tontería! No hay tortura física, ¿verdad? Y sin embargo estamos en el infierno. Y no ha de venir nadie. Nadie. Nos quedaremos hasta el fin solos y juntos. ¿No es así? En suma, alguien falta aquí: el verdugo.


GARCIN (a media voz): Ya lo sé.


INÉS: Bueno, pues han hecho una economía personal. Eso es todo. Los mismos clientes se ocupan del servicio, como en los restaurantes cooperativos.


ESTELLE: ¿Qué quiere usted decir?


INÉS: El verdugo es cada uno para los otros dos.

4 comentarios:

. dijo...

¡otro! ¡otro!

. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
. dijo...

primero oración; después mortificación; en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción.

es tiempo de orar

Juan Manuel Martínez Brambila dijo...

No creo que el fin de la obra A puerta cerrada sea el presentar una concepción personal del infierno. Recordemos que Sartre era ateo y, consecuentemente, no creía en el más allá. En todo caso, utiliza esta obra para establecer un paralelismo entre el infierno (los otros) y su postura antropológica. El yo, para Sartre, es esencialmente opuesto al no-yo, sin posibilidad alguna de relacionarse mutuamente a nivel personal, pues la mirada del otro me objetiva, me cosifica. Por eso el infierno, porque los tres personajes están condenados a convivir (conmorir, más bien) eternamente unos con otros.